Acabamos de ver a China demostrar su nacionalismo industrial, manteniendo un rígido control sobre qué empresas suyas pueden ser participadas por capital extranjero y qué capital extranjero es aceptable para ellos.
Los accionistas que controlan la empresa de telefonía de Hong Kong, habiendo demostrado su desastrosa gestión desde que la compraron hace unos años, querían vender su participación y habían convencido a un grupo de inversores internacionales para comprarla. Inmediatamente, el gobierno chino tomó cartas en el asunto y anunció que no veía con buenos ojos esta operación, es decir, que la hundieron.
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