
Mari se quedó sola con sus cuatro hijos cuando murió su esposo, sin embargo, en vez de desesperarse, recordó lo mucho que les gustaban a su familia y sus vecinos los tamales que preparaba en ocasiones especiales; entonces pensó en aprovechar esta habilidad e iniciar su negocio para sacar adelante a sus pequeños.
Ahora, Mari ya no se pone con su anafre y su bote en la esquina de su casa, sino en su propio local, donde además de elaborar tamales de diversos tipos y sabores, también ofrece atole y chocolate a quienes van a buscarla, incluso de otras colonias.
Paco, el policía, dejó su trabajo luego de varios años de ruegos y peticiones de su esposa y sus hijos para que se dedicara a una actividad menos riesgosa; como no podía quedarse con los brazos cruzados, comenzó a vender pan montado en su bicicleta, el cual él mismo elaboraba en su casa con ayuda de su mujer.
Dedicarse al oficio de su padre no le costó trabajo, ni tampoco conseguir clientes, pues su producto era bueno, lo que le preocupaba era conseguir recursos para crecer y llegar a tener su panadería.
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