En la sala pequeña de un hospital en el polvoriento pueblo de Ouallam, a una hora de la capital de Níger, 10 niños yacen en camas con signos de desnutrición severa.
Los pequeños tienen la piel pegada a las costillas y presentan dificultades para respirar. Sus madres ansiosas se ciernen sobre ellos.
Dauda Mahmoud, de tres años de edad, tiene un tubo en la nariz y una tos seca sacude su cuerpo frágil. Está aquejado de varias enfermedades y se sospecha que una de ellas es la tuberculosis. Hace dos años, su hermano murió "de una fiebre, durante la noche", dice su madre, Halima, de 22 años.
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